No pasó ni una semana desde que ofició su última misa, la de Pascua, cuando, con sus últimas fuerzas, se acercó a saludar a los fieles congregados en el Vaticano. Su recuerdo permanece vívido, como su legado. Este sábado 26 de abril, el mundo despidió a un papa que hizo de su misión estar cerca de la gente, siempre atento a los marginados, a los refugiados, llevando a la Iglesia a las calles. Y fue precisamente en las calles donde centenares de miles de personas (creyentes y no creyentes) velaron su memoria. Según el Vaticano, más de 200.000 almas participaron de la multitudinaria ceremonia que comenzó en la Plaza de San Pedro y culminó en la basílica de Santa María la Mayor. La despedida del pontífice, que fue solemne, y muy emotiva, todos los asistentes lloraban en la plaza de San Pedro, además, la ceremonia fue sencilla, siguiendo los deseos de Jorge Bergoglio. El ataúd del papa fue trasladado en un vehículo abierto, permitiendo que los fieles congregados a lo largo del recorrido por las calles de Roma pudieran verlo y ofrecerle una última despedida. Luego de un trayecto de aproximadamente 30 minutos, el cortejo llegó al nicho ubicado en la nave lateral de la basílica de Santa María la Mayor, entre la Capilla Paulina y la Capilla Sforza. Allí se llevó a cabo un breve rito, que incluyó el canto de cuatro salmos y cinco intercesiones. Con respecto al féretro se imprimieron los sellos del cardenal camarlengo de la Santa Iglesia Romana, Kevin Joseph Farrell, así como los de la Prefectura de la Casa Pontificia, la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Romano Pontífice y el Capítulo Liberiano. Luego de estos gestos simbólicos, el ataúd fue colocado en el sepulcro, rociado con agua bendita y acompañado por el canto del Regina Caeli, marcando así el final del funeral.