Con la mecánica y la cronología del triple crimen seguida de suicidio prácticamente esclarecidas, la investigación ahora pone el foco en el tratamiento de salud mental que recibía Laura Fernanda Leguizamón, considerada la única autora de la masacre ocurrida en el departamento A del sexto piso del edificio ubicado en Aguirre 295, en el barrio porteño de Villa Crespo. La tragedia le costó la vida a su esposo, Bernardo Adrián Seltzer, y a sus hijos, Ian e Ivo. Durante la inspección de la escena del crimen, los peritos hallaron una nota escrita a mano con frases inconexas pero reveladoras de un cuadro de desestabilización psiquiátrica severa. Junto a ese escrito, encontraron blísteres de medicamentos antidepresivos y antipsicóticos, lo que refuerza la hipótesis de un trastorno mental en tratamiento, aunque todavía resta determinar el diagnóstico preciso y el tipo de seguimiento profesional que recibía. El fiscal César Troncoso, que lleva adelante la investigación junto con detectives de la División Homicidios de la Policía de la Ciudad, ya identificó al psiquiatra que le recetaba psicotrópicos a Laura Fernanda Leguizamón. En los próximos días, indagará sobre su intervención en el caso: qué diagnóstico clínico había formulado, qué tipo de tratamiento indicó y si realizaba un seguimiento regular del estado de su paciente. El objetivo es comenzar a esclarecer cuál era la patología que atravesaba Leguizamón, si el tratamiento prescripto era el adecuado y si alguien controlaba que lo siguiera de manera estricta. También se buscará establecer si existían indicios que permitieran prever una evolución tan grave del cuadro, que pudiera derivar en lo que, en el ámbito de la psiquiatría forense, se conoce como “homicidio altruista”: un tipo de brote psicótico en el que el paciente, en medio de un delirio profundo, cree que debe asesinar a sus seres queridos para “protegerlos” de un mal mayor. La hipótesis del fiscal, sustentada en testimonios recogidos en la causa, es que Leguizamón habría abandonado el tratamiento en los últimos dos meses. Esa interrupción podría haber acelerado el deterioro de su salud mental, conduciéndola a un punto de no retorno.