"Me acuerdo bien. Hacía mucho calor", dice Susana Nicolotti, parada en la puerta de su casa de la calle 7, ubicada a pocas cuadras del centro de 25 de Mayo. Nicolotti, ex concejal del pueblo, hoy jubilada, recuerda con detalles aquella tarde del último verano, cuando un joven que nunca había visto le golpeó la puerta y le preguntó si la vieja y despintada pared del frente era suya. Dijo, además, que era artista callejero y se ofreció a pintarla. Pese a la resistencia inicial, Susana terminó aceptando. Lo que jamás se imaginó es que, unos meses después, decenas de personas pasarían por el frente de su vivienda a sacarle fotos al mural que ese misterioso artista –Santiago Maldonado, el Brujo o el Lechu, como le dicen en esta, su ciudad natal– le dejó como legado. Al primer golpe de vista, las cosas en 25 de Mayo parecen tranquilas. En el pueblo, ubicado a 220 kilómetros de Capital Federal y con poco más de 23.000 habitantes, se respira el típico aire de las localidades del interior bonaerense, con una economía muy ligada a la actividad agropecuaria. La gente, tan amable como reservada, mantiene sus costumbres y parece vivir ajena al tema que mantiene en vilo al país. Pero al sentarse a tomar un café en un bar o caminar por la plaza Mitre resulta inevitable escuchar conversaciones sobre la desaparición del artesano. Que "fue Gendarmería"; que "Santiago se metió con la gente equivocada"; o que "duele por la familia": distintas hipótesis y agitados debates que pocos se animan a reproducir ante la consulta de Clarín. Los padres de "Lechu", Stella Maris y Enrique, abrumados y frágiles, eligieron dejar la búsqueda y los trámites en manos de Sergio, su hijo mayor. Hasta hace semanas marchaban todos los viernes por la tarde por el pueblo pidiendo por la aparición con vida, pero dejaron de hacerlo. Ya no tienen fuerzas y prefieren no hablar. En 25 de Mayo, las paredes cuentan tanto como callan los vecinos. Es que las huellas de Maldonado están por todas partes: hay afiches preguntándose dónde está, graffitis y banderas culpando a la Gendarmería y hasta homenajes al joven desaparecido el pasado 1 de agosto. Cerca de la entrada del pueblo, el artista ligado a la banda La Renga Javier Quintana pintó una pared con la cara de Santiago por pedido de la familia, que todavía vive en el barrio Obrero. Pocos muros son tan reveladores como los que pintó el propio joven. En 27 y 11, a la vuelta de la Municipalidad, Maldonado hizo en 2014 a un joven andando en skate junto a la leyenda "Soul Rebel" (alma rebelde, en inglés). En 36 y 8, más en las afueras de la ciudad, pintó otro del mismo estilo psicodélico, con frases reflexivas y críticas al uso de pesticidas. "La dignidad no se transa ni ante el paredón de la muerte", se lee. Tras la desaparición del artesano en la comunidad mapuche Pu Lof de Chubut, el intendente de 25 de Mayo, Hernán Ralinqueo (FpV), impulsó una iniciativa para declarar "de interés municipal" y "patrimonio de la ciudad" a los ocho murales de Santiago. Desde la municipalidad le confirmaron a Clarín que el proyecto todavía no ingresó al Concejo Deliberante local, pero que lo hará en el transcurso de las próximas semanas. "Le ofrecí comida, pero me explicó que sólo comía lo que venía de la tierra. No creía en nada, ni política ni religión", lo recuerda una vecina El método de trabajo de Santiago era siempre el mismo: buscaba un paredón con buen tamaño, se presentaba y ofrecía mostrar su arte. "Este lo pintó en el verano. Tocó timbre y me pidió permiso. No traté mucho con él, pero fue siempre muy respetuoso", recuerda Verónica, dueña de una de las viviendas. Lo mismo dice Susana, que llegó a establecer un vínculo más cercano con Maldonado. "Al principio me dio desconfianza. No le gustaba hablar. Le pregunté donde vivía y me dijo que en ningún lado, que se iba moviendo, haciendo tatuajes y artesanías. Recién volvía de andar por Chile y Mendoza", agrega la mujer, quien recién aceptó que el artista pintara su tapial cuando habló con su madre. Y cierra: "Le ofrecí comida, pero él me explicó que sólo comía lo que venía de la tierra. Le presté libros de astrología y me dijo que no creía en nada, ni en política ni en religión. Cuando le pregunté por qué había abandonado la carrera de Bellas Artes, me dijo que era porque se aburría rápido. Era raro, pero parecía un buen chico".     Fuente: Clarín