Todo está listo para designar este lunes al Vicealmirante José Luis Villán como nuevo Jefe del Estado Mayor Naval en reemplazo del Almirante Marcelo H Srur. Anoche no estaba claro si el cargo en manos de Villán mantendrá esa denominación o si se buscará algún eufemismo para no terminar de destruir lo poco que queda de orgullo en las huestes navales que ven escrutadas sus aptitudes desde distintos rincones de la política, la sociedad y el periodismo. Hace pocos años, otro Jefe de Estado Mayor Naval –el Almirante Carlos A Paz- dejó su cargo en forma imprevista pero por propia decisión. Desafiando a la propia ex presidente Cristina Kirchner, Paz presentó su renuncia porque desde el poder político se había pasado a retiro a un subordinado sin causa. Sin prestar mucha atención a las cuestiones navales, desde Defensa se designó a su segundo al mando Vicealmirante Daniel Martín como nuevo jefe, pero su condición de submarinista lo puso en más de un aprieto a la hora de ejercer la conducción y finalmente fue relevado por un oficial que reunía las condiciones reglamentarias para el cargo. El brete en el que se encuentra la Armada se origina no solo por la hasta ahora inexplicable desaparición del "San Juan". Hace poco más de un año Srur se desprendió de su segundo (Vicealmirante Horacio Nadale) por una cuestión de diferencias personales. Nadale era uno de los más brillantes oficiales de Comando Naval, integrante de la promoción 109, una de las más activas a la hora de seguir por las redes sociales las contingencias de esta crisis y de la que han salido varios prestigiosos oficiales hoy todos en situación de retiro. El particular estilo de conducción del ahora ex jefe Srur hizo que no quedaran en la cadena de comando oficiales aptos para sucederlo. El más potable en el presente era el también desplazado contraalmirante Lopez Maceo, quien parece haberse empeñado en transformar su pase a disponibilidad preventiva en un seguro retiro al haber soliviantado a sus subordinados para que se retiren en masa en su apoyo, algo que selló para siempre su destino y lo torna poco confiable para el poder político.